domingo, 29 de noviembre de 2015

Una Fiesta Simpática*

Había sido una noche de mucho calor, en la que apenas pude dormir. Aunque quizás no era el calor lo que no me dejaba dormir si no las ansias de que llegara el próximo día. Mi hijo Ariel todavía no se había despertado. Ese 6 de Enero sería un día inolvidable para él.

Como lo había sido para mí un día de marzo de hace casi veinte tres años, pero por sangrientas razones. Todavía tengo en mi memoria el grito desgarrador del torero, también recuerdo ver sus ojos cuando era arrastrado por el toro. El gentío se estremeció de inmediato. Una mujer pedía a gritos por un médico. Los primeros que lograron quitarle al feroz toro su presa, trataron de contener la sangre que brotaba como un manantial del cuello y abdomen de la infeliz víctima. Pero el destino quiso que la vida del valiente torero valenciano Punteret terminara solo unos minutos después de la primer embestida. Papa me tomo de un brazo y salimos rápido de la Plaza. Ese día decidimos volver caminando a nuestra vieja casa de la Villa de la Unión.

Mientras recordaba aquella tragedia, buscaba en el patio de casa unas maderas para poner a calentar agua. A lo lejos se escuchaba venir el carro de la leche. Para cuando Ariel despertara tendría pronta una taza de leche caliente. Ariel tendría ese día un gran regalo, a sus diez años ya no eran tiempo de juegos, tenía que hacerse hombre y pensar en su futuro y saber porque lleva ese nombre. Leer su primer libro le haría muy bien.

Un Doctor del Partido Colorado para el cual trabajaba en esos años me había conseguido un puesto como jefe de albañiles en la construcción de un importante edificio de la Universidad de Montevideo. Quizás Ariel podría seguir estudiando y llegar a entrar a esa Universidad. Mis estudios de técnicas de albañilería me habían ayudado a conseguir trabajo en la construcción de nuevas Villas y Pueblos cercanos, pero mi hijo podría llegar a ser un Doctor. 

Un poco antes de las ocho de la mañana ya nos estábamos preparando para salir rumbo a la Estación. A quienes habíamos integrado las cuadrillas de obreros que construimos las primeras calles y casas de la Villa Española los funcionarios del Club Español nos harían en la mañana de aquel 6 de Enero un pequeño homenaje y luego al mediodía y durante toda la tarde habría una gran fiesta. Tomamos el tren que venía lleno de hombres de galera y bastón, recordé de inmediato que ese viernes además de la fiesta en el Campo Español había carreras de caballos en el Hipódromo de Maroñas. 

Unos veinte minutos después llegamos a la Estación Unión. Un viejo carruaje del Club Español nos estaba esperando para llevarnos por el Camino Corrales hasta la Villa Española. Los obreros fuimos homenajeados en una de las casas de los primeros pobladores de la Villa, el reconocimiento se interrumpió súbitamente con la llegada de los primeros Doctores, aún recuerdo algunos de sus apellidos, Suñer-Capdevila, Claramunt, Vazquez-Cores. En aquel tiempo celebrar la amistad Hispano-Uruguayo, tenía mucho sentido como decían los Doctores. También lo señalaba Rodó a quien leía hace ya más de una década. Es que el resultado de la guerra Hispano-Estadounidense había provocado fundados temores de que la influencia de Estados Unidos en América sea cada vez mayor, la "nordomanía" había que evitarla decía Rodó, porque esta aporta ideas extrañas al espíritu hispánico. 

La fiesta en el Campo Español tuvo un almuerzo solido y abundante, una verdadera comida Española, acompañada de vino y también de champagne. Hubo muchos brindis, los Doctores celebraron muy especialmente las ilustres visitas desde Buenos Aires y de un representante del Presidente de la República. Mientras transcurrían los brindis Ariel salió a caballo por el campo, luego me conto que estuvo a punto de caerse en un arroyo. Debería ser el arroyo del Cerrito, que pone limite al Campo Español. Al norte del arroyo es peligroso pues es puro campo y anda a saber quien anda por ahí le dije. En algún momento se tendría que construir un camino, pues no tiene sentido que para llegar desde el Campo Español al Pueblo Ituzaingó o a el Hipódromo haya que ir antes por la Villa de la Unión.

La simpática fiesta se extendió durante toda la tarde, aunque la mayoría de los Doctores se fue temprano porque querían llegar al Gran Premio Ramírez. Los obreros que construimos la Villa Española nos quedamos hasta tarde. Finalizada la fiesta nos fuimos caminando hasta la Estación Unión para tomarnos el tren de vuelta hasta el Cordón. En el primer vagón nos extraño ver a uno de los Doctores que parecía llorar desconsolado y susurrar, "esa actriz, esa maldita actriz", con mi hijo nos miramos en silencio pero no nos atrevimos a preguntarle qué había sucedido, evidentemente había sufrido un desencuentro amoroso. Otros pasajeros gritaban alocados "Sara Bernhart no más", y repetían "Sara Bernhart no más!!!". 

Mientras volvíamos a casa recuerdo haber pensado para mis adentros, estos Ingleses con toda la gente que viaja en este tren se deben estar llenando de plata, el próximo Presidente debería crear los ferrocarriles del Estado.


*Relato inspirado en nota aparecida en la Revista El Hispano-Americano Año VI Nº 137, Montevideo 15 de Enero de 1911.